LA FÓRMULA PREFERIDA DEL PROFESOR


[7] Lo primero en lo que me fijo de un libro que no conozco, es obvio, es en la portada, y en su título, y si ambas cosas combinan suficientemente. Después todo lo demás: abrirlo, leer la primera frase, olerlo, buscar entre páginas algo que pueda reconocer, y por último, imaginarme leyéndolo. Todo es importante, todo guarda una clave.
Dicho así, parece que hay una veneración estúpida, zafoniana, y lo cierto es que no es así, que todo sucede más con lo casual (ah, el azar, mi divinidad confesa) que con lo trascendente, y más con el bolsillo que con las ganas.

La fórmula preferida del profesor contaba con algo a su favor: no conocía a su autor (no es demasiado difícil confesar mis carencias), y que Yoko Ogawa era, es japonés. Desde hace muchos, muchos años, persigo un deseo algo idiota y no cumplido hasta ahora: quiero que me guste la literatura japonesa, quiero sumergirme en ella y nadar y quedarme mucho tiempo allí.
No lo he conseguido nunca. Murakami ha sido sólo el penúltimo de los intentos, pero antes fueron Mishima, sí, o Kawabata. Es esa sensación de lejanía, de que todo es demasiado naïf, demasiado, incluso en el horror de las cosas, incluso en la muerte o en el jodido amor. Me ocurre con toda la liturgia tecnológica japonesa, con el Manga, con la música, con su cine, con su literatura. Japón no me funciona, no esta versión postmoderna. Y sin embargo quiero que me guste, y sé que va a ser siempre así.
Un solo libro de Askildsen o de Fante o de Kerouac pesa más que todo lo leído de ellos. Pero a Japón voy a acudir siempre, siempre, y sin saber por qué, sé que nunca me voy a cansar de hacerlo.

OGAWA, Yoko, La fórmula preferida del profesor. Funambulista. Navarra, 2009. ISBN 978-84-96601-37-6.