Si hay que hacerlo, lo confieso. He sido por mucho tiempo un comprador compulsivo de libros. Ahora soy un comprador venido a menos.
Los primeros me los compraba mi padre. Llegaba la feria del libro a Málaga, la oficial o la de ocasión (por supuesto más esperada), y me llevaba un domingo por la mañana, y siempre volvíamos con alguno. Luego un compañero en su trabajo (o el padre de uno de ellos) me regaló un lote de Agatha Christie de la editorial Molino. Y no siento decir que esos libros me han hecho disfrutar como ninguno. A. Christie fue mi lectura de adolescencia, pero luego llegaron otros caminos.
Ahora tengo más libros de los que nunca podré leer, dicho esto sin orgullo, con algo de vergüenza. He temido ser antes un coleccionista que un lector, y aún albergo dudas. No tendré hijos y no sé muy bien qué quiero con mi biblioteca, demasiado grande para herederos despreocupados, demasiado pequeña para las estanterías públicas.